En octubre de 1950, desde la página 433 de la revista Mind, el llamado padre de la computación, Alan Turing, formulaba una pregunta aún sin respuesta: ¿pueden las máquinas pensar?“Discutirlo es clave para entender en qué consiste la inteligencia artificial (IA), pero dar una descripción de diccionario se antoja complicado porque, aunque intuimos bien el significado de artificial, carecemos de una definición aceptada de qué es la inteligencia”, planteó el doctor Carlos Gershenson, del Instituto de Investigaciones en Matemáticas Aplicadas y en Sistemas (IIMAS) de la UNAM.
Sin embargo, también carecemos de definiciones aceptadas de vida, de conciencia e incluso de complejidad y no por eso la biología, la psiquiatría u otras ciencias han dejado de indagar en dichos conceptos y de desarrollarlos, añadió el académico al impartir la charla ¿Qué es la IA?, en el Instituto de Investigaciones Económicas.
Y quizá sea por esta indefinibilidad —sugirió— que cada vez que se mencionan las palabras “inteligencia artificial” nos vienen a la cabeza las historias de ciencia ficción más futuristas mezcladas con las preguntas filosóficas más añejas, como ¿qué nos hace estar vivos?, ¿qué es la mente?, y siendo seres animados, ¿qué distingue a los humanos de los animales y de las máquinas?
Hobbes comparaba al corazón con un resorte, a las articulaciones con engranajes y planteaba en su Leviatánla posibilidad de que los autómatas tuvieran vida; René Descartes describía a los cuerpos vivos como mecanismosy Leibnitz proponía que el razonamiento era lógico y, por lo tanto, un Calculus ratiocinator, es decir, algo reducible a cálculos matemáticos, formalizable y que se puede automatizar, es decir, una cosa muy parecida un programa de computadora. “Aunque suenen modernos, estos asuntos ya se discutían en el siglo XVII”.
Y justo por esos tiempos los inventores más hábiles de la época estaban creando ingenios de relojería tan complicados como el pato de Jacques de Vaucanson(1738), un ave metálica capaz de aletear, ingerir cebada y defecar, o los maniquíes pianistas y calígrafos de Pierre Jaquet-Droz, muñecos que se movían con tal arte que, al visitar España en 1758, el suizo se vio obligado a revelar sus secretos al Gran Inquisidor bajo amenaza de ser acusado de hereje.
No obstante, ni las cavilaciones filosóficas más sesudas o los autómatas con habilidades fuera de lo ordinario le fueron útiles a Alan Turing para establecer si las máquinas piensan, por lo que optó por preguntarles a ellas directamente y desarrolló un cuestionario donde el evaluador, tras sopesar las respuestas recibidas, debía decidir si fueron dadas por una persona o una computadora. Hoy este método se sigue utilizando y se conoce como la prueba de Turing.
Máquinas pensantes
En 1950 —justo el año en que Turing publicó el artículo Computing machinery and intelligenceen la revista Mind— el novelista Boris Vianescribía el cuento El peligro de los clásicos, el cual transcurre en un hipotético año 1982, donde a una computadora se le van a introducir los 16 tomos del manual enciclopédico Larousse (“una aceptable aproximación a la objetividad”, dice el protagonista) a fin de que se desempeñe como consejero de un embajador, pero en vez de ello le dan a leer un poemario de Paul Géraldyy, en consecuencia, el ordenador tiene un arrebato amoroso y se apasiona de una mujer.
“Siempre se me ha hecho divertido ver como se imaginaban el futuro en el pasado y descubrir en qué acertaron y en qué no. Por ejemplo, en este relato se anticipa que la capacidad de almacenamiento para los años 80 equivaldría al de la información contenida en una gran enciclopedia y le atinaron, así como en que sería usual que las mujeres llevaran el cabello corto y los hombres largo, aunque fallaron al suponer que las máquinas tomarían nuestros trabajos”.
Y es que, para Carlos Gershenson, pese a que la ciencia ficción gusta de describir escenarios donde los robots desplazan a la gente de sus labores y, en casos, extremos son tan autosuficientes que deciden deshacerse de la humanidad y conquistar el mundo, en realidad las personas y las máquinas son tan dependientes unas de otras que un futuro estilo Terminatoro Matrixnunca se dará.
Lo que sí hay son programas computacionales que, como en el cuento de Boris Vian, emulan conductas humanas buscando hacerse pasar por uno de nosotros (por ejemplo, los bots). A ellos bien podría aplicársele la prueba de Turing y, si logran superarla y hacernos creer que estamos ante una persona y no frente a un software, podría decirse que nos engañaron realizando algo muy parecido a pensar.
“¿Aunque aquí la pregunta sería, la máquina es realmente inteligente o sólo lo suficientemente sofisticada como para mentirle a humanos? Aquí la respuesta dependerá de nuestros criterios”.
Sin embargo, apunta Gershenson, una limitante de la prueba de Turing es que ésta parece enfocarse en aspectos conversacionales y hay máquinas que han logrado confundir a su entrevistador mediante estrategias tan simples como escribir con errores ortográficos, pues se supone que una máquina jamás haría eso.
El ordenador de Vian, tras leer un poemario cursi se embobaba con una mujer, decidía reproducir los roles asignados al género masculino en la primera mitad del siglo XX y, por lo mismo, se liaba a puñetazos con quien creía su rival en amores. “Que un programa aprenda a escribir mal sólo para engañarnos nos hace suponer que ese softwareya no quiere ser inteligente como los humanos, sino tan tonto como ellos; eso nos llama a reflexionar sobre qué entendemos por inteligencia y, sobre todo, cómo nos vemos nosotros mismos”.
Lo que las máquinas sí harán
Muchos ingenieros y computólogos sostienen que los robots evolucionarán tanto que, para 2050, tendremos robots que jugarán al futbol mejor que Pelé, Maradona o Leo Messi y, bajo ese argumento, cada año se organiza la RoboCup, un encuentro donde escuadras de autómatas disputan encuentros de balompié a fin de mejorar y estar listos para vencer a los campeones de la FIFA de aquí a 30 años.
“Aunque siendo realistas, es probable que llegue esa fecha sin que los autómatas sobrepasen a los humanos y que debamos esperar hasta el 2100 o el 2200 para que al fin ganen y se lleven la Copa del Mundo; el principal problema es que no importa qué tan espectaculares sean los avances en IA, estos parecen servir para asuntos muy concretos, estancarse ahí y ser inútiles para lo demás”.
Al respecto, Gershenson citó al 11 de mayo de 1997 como uno de los hitos en la inteligencia artificial, pues ese domingo la computadora Deep Bluevenció al entonces mejor jugador de ajedrez, Gary Kasparov, en apenas 19 movimientos, y sin embargo, este triunfo no significó que de inmediato los ordenadores derrotaran a campeones de juegos similares. Debieron transcurrir 19 años para que un ordenador finalmente superara al sudcoreano Lee-Se-Dolen una partida de go, como registraron los diarios del 15 de marzo de 2016.
“Las pruebas donde ganan las máquinas son cerradas, es decir, tienen reglas preestablecidascon principio, fin y una medida de progreso, pero el mundo no se comporta así y lo que a la IA le sirve para ganar en el ajedrez no le funciona para lidiar con problemas reales. En otras palabras, estos avances, aunque impresionantes, son limitados, no generalizables a otros dominios y, por lo mismo, hace muy improbable que una máquina nos robe nuestros trabajos”.
Por el momento todo indica que la próxima gran irrupción de la inteligencia artificial en nuestras vidas será a través de automóviles capaces de manejarse solos. De hecho, ya es posible adquirir vehículos que, a tramos, pueden conducirse por piloto automáticoy que en futuro cercano —promete el fabricante— podrán ser actualizados vía internet para ser totalmente autónomos.
A dos décadas de su enfrentamiento con Deep Blue, Kasparov ha reflexionado sobre el papel que tendrá la IA y ha llegado a la misma conclusión que el profesor Gershenson: es inútil que los humanos quieran competir con las máquinas pues ambos tienen cualidades distintas; el futuro apunta más bien hacia una simbiosis entre ambos.
Como en alguna ocasión le dijo Kasparov en al doctor Scott Zoldi: “Lo paradójico es que, pese a lo anticipado por los padres de la ciencia computacional como Alan Turing, la primera máquina que derrotó a un campeón de ajedrez no emulaba a la mente humana, operaba con fuerza bruta y calculaba 200 millones de posiciones en el tablero por segundo. Para triunfar en éste o cualquier otro sistema cerrado una máquina no debe ser perfecta, sino cometer menos errores que un humano y nosotros somos proclives a fallar; es nuestra naturaleza”.
Por todo ello, Carlos Gershenson propone aguardar y ver lo que vendrá. “Sucederá mucho; a veces me parece que la gente espera mucho más de lo que realmente puede lograr la inteligencia artificial, porque eso de que ésta hará todo lo que nosotros y nos quitará nuestro trabajo jamás sucederá. Lo que sí está en el horizonte es el desarrollo de nuevas tecnologías, las cuales, inevitablemente, transformarán nuestra economía y a la sociedad”.