Raúl Jiménez Guillén1
La espléndida figura histórica del general tlaxcalteca y su acontecer histórico en los primeros 21 años de aquel lejano siglo XVI, sigue siendo motivo de especial atención por historiadores de múltiples naciones que escudriñan la complicada y compleja situación suscitada con la llegada del regimiento de Cortés y sus aliados los cempoaltecas a territorio tlaxcalteca. Artículos, ensayos, libros, obras de teatro, hipótesis y hasta panfletos, aunados a criterios periodísticos han sido desarrollados a lo largo de muchos años, teniendo como eje central de los mismos al heroico tlaxcalteca oriundo de Tizatlán, Tlaxcala. Cesáreo Teroba Lara escribió, en 1967 Xicohténcatl Axayacatzin, misma que fue publicada nuevamente en 2006 por la Universidad del Altiplano, y en la que el pintor Desiderio Hernández Xochitiotzin escribe, como parte de la Presentación, en la página 1: “Teroba, como tlaxcalteca, sintió en carne propia la emoción de expresar con palabras vivas, ambientadas en el territorio mismo de los acontecimientos, la vida del patricio; pudo, por eso, recrear, la figura del héroe. Yo diría, con palabras simbolistas, que esta breve biografía fue escrita con la emoción del amor a Tlaxcala; hoy por hoy ningún escritor ha superado sentimentalmente, literariamente e históricamente, la personalidad de Xicohténcatl Axayacatzin, retratada aquí con pulso firme por Cesáreo Teroba Lara”.
Teroba Lara, con el estilo prudente y respetuoso que le es característico desarrolla en siete apartados (Los mensajeros, Antecedentes del héroe, La batalla contra los teules, El partido de la alianza gana adeptos, Una paz sin dignidad, El complot, Tepeaca y los bergantines, La muerte del guerrero y, Palabras finales) este acercamiento histórico al guerrero que llevó sobre sus espaldas la compleja encomienda histórica de enfrentar bélicamente a las huestes de Cortés y a algunos aliados cempoaltecas en pleno territorio tlaxcalteca. Aun cuando el autor no cita ninguna referencia bibliográfica en su obra, éste resulta de vital importancia para enriquecer el corpus bibliográfico tlaxcalteca. Gabriel A. Gómez publicó, en 1945, su obra con título similar Xicohténcatl Axayacatzin (bosquejo biográfico de un gran patriota) de apenas medio centenar de páginas, indicando 8 referencias bibliográficas al final del texto. Al principio se incluyó un mensaje (una suerte de presentación) un tanto tosco, vil y ofensivo que, lamentablemente intenta denostar la grandeza histórica de Tlaxcala, firmado por un tal Darío Rubio, fechado en 27 de mayo de 1945. Por fortuna, en lo tocante al prólogo, sensato, preciso y equilibrado, es firmado por Juan Luna Cárdenas, quien escribe:
“He aceptado tal encargo después de haber caminado mi vista durante varias horas por esas páginas interesantes, llenas de sorpresas y de una sencillez maravillosa que difícilmente se logra en tales obras. Extrañará a muchas personas que para la lectura de unas páginas bien escritas empleara yo horas; es cierto, pero es que he leído con cuidado y con deleite, deleite por la sencillez que ya he dicho campea en la obra, deleite porque el escritor ya logrado, se engrandece al abordar con una sinceridad y valentía rara en el hondo problema de reivindicar a la HISTORIA y a la HONRA de un pueblo que han sido mancillados por la calumnia y la deformación más grotesca” (Gómez, 1945: IV). En las líneas iniciales, el autor apunta en relación a Xicohténcatl que “es necesario reconocer en él, desde muy joven las grandes cualidades de disciplina e inteligencia, de amor a su patria y a la libertad, que más tarde le distinguieron en los campos de batalla dándole justa inmortalidad”. Esboza también lacónico recorrido histórico, a manera de marco histórico, para posicionar al personaje objeto de su estudio: “Ante el empuje creciente y la ambiciosa idea de dominación universal de los mexicanos, los tlaxcaltecas opusieron una tenaz y heroica resistencia durante más de sesenta años antes de la venida de Hernán Cortés sin que hubieran podido subyugar a los indomables guerreros de la República tlaxcalteca” (Gómez, 1945:8).
Detalla A. Gómez la primera participación del guerrero, esta “fue con motivo de la guerra sostenida por Tlaxcala contra Zocotlán, como consecuencia de una intriga de Maxixcatzin, señor de la cabecera de Ocotelulco y enemigo mortal de los Xicohténcatl” (Gómez, 1945: 10). Ciertamente algunos anales históricos registran determinado nivel de “enemistad” entre el líder de Ocotelulco para con los restantes tres señoríos. Así como tampoco es desconocido el alto nivel de cabildeo que imperó y determinó el propio Maxixcatzin para que se lograra esta segunda o tercera alianza lograda por los hispanos, dado que anteriormente ya habían pactado con los de Cempoala. “Xicohténcatl era de gallardo continente, apunta el autor, y de estatura más bien alta que mediana, de facciones varoniles, mirada expresiva y penetrante. Demostraba en todos sus actos una gran firmeza de carácter y decisión en el obrar y su aspecto majestuoso imponía respeto a todos los que lo trataban” (Gómez, 1945:11). La obra discurre con enorme facilidad y con vertical criterio, apoyada en referencias que, si bien no las precisa al pie de página, si las aglutina al final de la obra. El autor hace gala de conocimiento, del dominio del tema y sobre todo de reflexión acuciosa, atildada y profesional: “Dada la importancia del anterior y del siguiente discurso, nos hemos permitido transcribirlos íntegramente con el deseo de aclarar ciertos conceptos sobre Tlaxcala, en que la historia ha tergiversado posteriormente. Condenar a un pueblo o considerarlo en su conjunto como traidor, por el simple hecho de que en él hubieran existido uno o varios individuos que lo hayan traicionado, es una calumnia y una aberración histórico-política” (Gómez, 1945:16). Punto medular en la obra, y también en la historia de México, es la que reseña el autor, de fecha 2 de septiembre:
“La lucha fue sangrienta. Los españoles fueron rodeados por todas partes y cuando estaban ya casi perdidos el azar quiso que Xicohténcatl, al tener noticias de la muerte de ocho de sus principales jefes, previniendo una desbandada de sus tropas por falta de dirección, por el temor de los indios ante la efectividad de las armas de fuego y los caballos, ordenara la retirada en el preciso instante en que una nueva acometida le hubiera dado la victoria más completa, pues los españoles había sufrido muchas bajas y los restantes se hallaban agotadísimos por el furor con que fueron rechazados” (Gómez, 1945:23). Este punto histórico es decisivamente importante por varias razones: ¿Fue esa la razón (prevenir la supuesta “desbandada de sus tropas”) por la que Xicohténcatl detuvo el ataque que la habría dado el triunfo? ¿Fue, acaso, que previamente Cortés se había “refugiado” en Teutila, al retenerla ‘cautiva’ (presa y/o secuestrada), y en base a ello, Xicohténcatl suspendió el ataque definitivo, por no lastimar a su amada? o bien: ¿Ese hecho, fue la razón para que Cortés determinara imponer el nombre de “San Salvador” a esa región en que Xicohténcatl les perdonó la vida? ¿O es que pudo haber sido la “injerencia política” de Maxixcatzin, la que salvó de una muerte segura a todos los arribistas al territorio tlaxcalteca? ¿O fue que tal vez Maxixcatzin consideró a los hispanos más útiles vivos, que muertos, para entablar alianza con ellos, y eliminar de una vez por todas, como sucedió, al nefasto imperio mexica, que por décadas había asolado y atemorizado a prácticamente todas las cuadrillas, o los pueblos asentados en la Anáhuac? Interrogantes por docenas ha habido y las seguirá habiendo; respuestas certeras seguirán haciendo falta, y más aún con el paso de los años y de las décadas. Las pocas versiones, fiables y verticales, con que se cuentan al respecto siguen siendo pocas. Así pues, con el paso de los días, y ante la determinación de aceptar y pactar alianza con los lacayos de la Corona, Xicohténcatl, acatando lo dispuesto por los cuatro señores, personalmente le transmite a Cortés la resolución cupular, en el sentido de permitirle el paso libre por tierras tlaxcaltecas, además de suministrarle víveres abundantes y con generosidad, a cambio de que Cortés y sus huestes respeten a los dioses, mujeres y propiedades tlaxcaltecas. Hasta ahí el mensaje, digamos, oficial.
Sin embargo, el delicado asunto de haberse escudado Cortés en la persona de una mujer, de Teutila, Xicothéncatl se lo espetó con claridad y la hombría necesaria: “Bien: puesto que tú estableces esa diferencia, después que la paz esté ratificada, el general de Tlaxcala respetará al capitán de los extranjeros; y Xicohténcatl te buscará y pedirá razón como quiera que te llames, pues que debes tener un nombre. Adiós” (Gómez, 1945:29). Ante semejante advertencia recibida, y ante la incapacidad física de poder responder en combate ante un guerrero de la talla de Xicohténcatl, Cortés debió tragarse clara sentencia y guardar para mejor momento sus instintos asesinos, tal y como lo realizó el 21 de mayo de 1521. Andrés Angulo Ramírez, aun cuando no escribió un libro exclusivamente relaciona do con el guerrero tlaxcalteca, en su obra “Historia de Tlaxcala Dr. Andrés Angulo Ramírez”, el Capítulo XXVII lo titula: “Posterga y muerte de Xicohténcatl Axayacatzin”. Entre importante cúmulo de datos y apreciaciones en torno al intrépido guerrero, Angulo Ramírez escribe: “Lo anterior nos lleva a la conclusión ajustada a la lógica, de que el heroico Xicohtén catl Axayacatzin, no solamente no tuvo mando de los guerreros tlaxcaltecas desde la entrada de Cortés a Tlaxcala, sino que fue mandado a ejecutar con todas las agravantes, el 21 de mayo de 1521, en el cerro denominado Tecoamulco y de la rama de un ocote. Dicho cerro está a la derecha de un viejo camino que ponía en comunicación a Texcoco, capital del reino acolhua, con los pueblos situados al oriente de la sierra, dependientes del mismo reino. La distancia aproximada es de 14 a 16 kilómetros, cerca de donde nace el arroyo Papalota, conforme a las últimas investigaciones. “Los historiadores primitivos ningún dato nos dan después de la ejecución, nada sabemos de hasta cuánto tiempo permaneció colgado el cuerpo del valiente guerrero, si se lo comieron las aves de rapiña, si alguna vez recogieron su osamenta o bien si el cuerpo inerte fue descolgado y sepultado o si se lo llevaron a su patria que tanto amo y defendió. Ninguna huella se ha podido encontrar.
Sin embargo, el delicado asunto de haberse escudado Cortés en la persona de una mujer, de Teutila, Xicothéncatl se lo espetó con claridad y la hombría necesaria: “Bien: puesto que tú estableces esa diferencia, después que la paz esté ratificada, el general de Tlaxcala respetará al capitán de los extranjeros; y Xicohténcatl te buscará y pedirá razón como quiera que te llames, pues que debes tener un nombre. Adiós” (Gómez, 1945:29). Ante semejante advertencia recibida, y ante la incapacidad física de poder responder en combate ante un guerrero de la talla de Xicohténcatl, Cortés debió tragarse clara sentencia y guardar para mejor momento sus instintos asesinos, tal y como lo realizó el 21 de mayo de 1521. Andrés Angulo Ramírez, aun cuando no escribió un libro exclusivamente relaciona do con el guerrero tlaxcalteca, en su obra “Historia de Tlaxcala Dr. Andrés Angulo Ramírez”, el Capítulo XXVII lo titula: “Posterga y muerte de Xicohténcatl Axayacatzin”. Entre importante cúmulo de datos y apreciaciones en torno al intrépido guerrero, Angulo Ramírez escribe: “Lo anterior nos lleva a la conclusión ajustada a la lógica, de que el heroico Xicohtén catl Axayacatzin, no solamente no tuvo mando de los guerreros tlaxcaltecas desde la entrada de Cortés a Tlaxcala, sino que fue mandado a ejecutar con todas las agravantes, el 21 de mayo de 1521, en el cerro denominado Tecoamulco y de la rama de un ocote. Dicho cerro está a la derecha de un viejo camino que ponía en comunicación a Texcoco, capital del reino acolhua, con los pueblos situados al oriente de la sierra, dependientes del mismo reino. La distancia aproximada es de 14 a 16 kilómetros, cerca de donde nace el arroyo Papalota, conforme a las últimas investigaciones. “Los historiadores primitivos ningún dato nos dan después de la ejecución, nada sabemos de hasta cuánto tiempo permaneció colgado el cuerpo del valiente guerrero, si se lo comieron las aves de rapiña, si alguna vez recogieron su osamenta o bien si el cuerpo inerte fue descolgado y sepultado o si se lo llevaron a su patria que tanto amo y defendió. Ninguna huella se ha podido encontrar.
“Cabe mencionar, respecto a esta fecha aciaga, que Bernal Díaz del Castillo, llamado “el verás historiador”, señala el 12 de mayo; Alfredo Chavero, historiador muy distinguido y acucioso, nos fija el 21 de mayo de 1521. A éste último los tlaxcaltecas le debe mos la publicación del Lienzo de Tlaxcala en 1892, en homenaje a Cristóbal Colón, en donde nos relata sin téticamente el contenido de cada cuadrete del Lien zo, mandado pintar por orden del virrey Luis de Ve lasco por 1553 y ejecutado por pintores tlaxcaltecas más de 30 años después de consumada la conquista. “Al mismo autor se le debe la publicación de la Histo ria de Muñoz Camargo, también del mismo año, y fi nalmente, a él debe México el primer tomo de México a Través de los Siglos, de cuya obra tomamos lo referente a la ejecución del heroico Xicohténcatl Axayacatzin” (Suárez, 2004:169). Andrés Angulo Ramírez está considerado como uno de los más exigentes y acuciosos historiadores tlax caltecas del pasado siglo XX. Hombre de amplia cul tura; personaje cercano con los revolucionarios tlax caltecas. Su acervo y criterio de investigador es de vital importancia en varios rubros académicos. Octavio N. Bustamante, resulta necesario traerlo a colación a este historiador, aunque sea brevemente. En su artículo “Xicoténcatl, el mozo”, apunta lacóni camente en torno a la decisión de la asamblea tlax calteca: “La asamblea tlaxcalteca se decidió por la opinión del joven guerrero y, para seguirla al pie de la letra, comenzaron por aprehender a los embajadores cempoaltecas a fin de castigar “en sus valedores”, la falta de atención cometida con Tlaxcala por los pueblos vecinos que se habían aliado a los españoles sin previa consulta. Entre tanto, Cortés esperaba impa ciente la vuelta de sus mensajeros; pues había pasado un día completo y buena parte del otro, en el curso de los cuales recibieron, de los pueblos avecin dados con Tlaxcala, las más alarmantes noticias” (Bustamante, 1942:26). José María Heredia, y su novela Jicoténcatl merecen atención especial, por varias razones. En pleno 2019, se están cumpliendo 60 años de insólita controver sia: determinar al auténtico autor de esta novela, editada en Filadelfia en 1826. Son de esos casos en que la obra sigue, y seguirá dando mucho de qué hablar, reflexionar, analizar y estudiar. José María Heredia (cubano -mexicano) y Félix Varela, cubano, han sido, y siguen siendo los ‘probables’ autores intelectuales de “Jicoténcatl”. Sin embargo, y de acuerdo a criterios más lógicos que analíticos, se ha manejado, por años a José María Heredia como al autor de la obra, quien tenía en su biblioteca un libro con tal título. Por no ser motivo de este trabajo, es conveniente dejar para mejor momento tal análisis, y entrar de lleno en los contenidos de la obra. Cabe apuntar que el libro, reciente, que conservo en mi biblioteca y en el que me apoyo para delinear estas líneas, es editado por Planeta De Agostini en coordinación con CONACULTA, de la serie Grandes Novelas de la Historia Mexicana, primera edición 2004, impreso en España, con 166 páginas numeradas. En lo personal, sea ‘Pedro’, o sea ‘Juan’ el autor de la obra, lo importante es, precisamente la obra, misma que está segmentada en Seis Libros, una suerte de apartados romanos. Obra literaria de la que se han valido, a partir de 1826, su año de edición, prácticamente todos los historiadores del tema. “Jicoténcatl, publicada anónimamente en español en Filadelfia, es de las primeras novelas históricas en esta lengua. Narra el dilema de los indígenas tlaxcaltecas, entre sacudirse el dominio de los aztecas aliándose a Hernán Cortés o cerrar filas con ellos para repeler al invasor. La reconstrucción de la encrucijada plantea en clave ficcional una revisión de la conquista de México que permite sopesar los desafíos de la época de su publicación” (Bustamante, 2017: 407). La obra citada resulta de vital importancia no solamente en este 2019, sino en los subsecuentes dos años, en que se habrán de cumplir 500 años del asesinato del guerrero tlaxcalteca por órdenes de Cortés, allá en Texcoco. Además, en el ámbito literario esta novela es literalmente histórica, dado que es como bien apunta Bustamante, “de las primeras novelas”, que en realidad es la segunda novela escrita en español. El mismo autor apunta que “La primera novela histórica en lengua española es Ramiro, Conde de Lucena (1823) del español Rafael Húmara Salamanca” (Bustamante, 2017:408). Esa obra, Jicoténcatl, de José María Heredia, a pesar del género, debió contar con una excelente referencia bibliográfica, que desafortunadamente no es traída a colación en las recientes publicaciones, como la comentada, y editada, por CONACULTA; sin embargo sí incluye breve semblanza biográfica en la que resalta: “José María Heredia nació en Santiago de Cuba en 1803. Realizó estudios de derecho en La Habana y en México, donde dio inicio a su actividad periodística. El pasado prehispánico encendió su imaginación y escribió Moctezuma o los mexicanos y En el Teocalli de Cholula (1820). Volvió a Cuba y se instaló en Matanzas para ejercer su profesión. […] Desempeñó diversos cargos políticos en México antes de verse obligado a volver a Cuba por breve temporada en 1836. Regresó a México a principios de 1837, en donde murió en 1839. Si bien Luis Leal Y Ramón cortina sostienen que Félix Varela escribió Jicoténcatl, otros estudiosos afirman que la primera novela histórica americana fue obra de Heredia” (Heredia, 2004: 2). Sin embargo, Francisco Bustamante nos permite visualizar apenas pálidas referencias en torno a esas necesarias fuentes bibliográficas utilizadas por Heredia: “Jicoténcatl, como novela histórica que es se presenta como diseño artístico que combina acontecimientos y figuras conocidas y procedentes del discurso historiográfico con personajes y representaciones ficticias. La fuente historiográfica de la novela es la “Historia de la conquista de México” de Antonio de Solís, una obra publicada en 1684 (o sea ciento sesenta años después de los hechos) por alguien que nunca estuvo en América y la ejecutó por encargo de la Corona Real. El autor anónimo acredita la fuente explícitamente que se manifiesta bajo la forma de citas de párrafos destacados en cursivas incorporados al cuerpo de la novela. Así se visualiza en un discurso historiográfico que se ensambla armoniosamente con el ficcional, se pretende de ese modo validar afirmaciones como si fueran de carácter inobjetables. Los párrafos extraídos de Solís insertos en la novela reproducen oratoria política de españoles e indígenas sugiriendo que el novelista anónimo quiso reproducir con máxima fidelidad la voz de los protagonistas. Aunque no se cuestiona el que esos discursos puedan estar seriamente alterados por la obra de Solis” (Bustamante, 2017:410). La obra aludida, autoría de Antonio de Solís, con seguridad debe indicar en alguna parte del impreso, una serie –también– de referencias bibliográficas. En este punto detengo el presente análisis por la doble razón: suponer sumamente complicado el conseguir un ejemplar de la citada obra; y también por la limitante del espacio para el presente. Sin embargo este primer avance bien puede ser el inicio de un ejercicio más amplio de investigación en torno a esos personajes de primera línea que son considerados en la obra de José María Heredía: “En 1826, en Filadelfia, el editor William Stavely publicó en español la novela Jicoténcatl de autor anónimo. En ella se narran sucesos cruciales que condujeron a la conquista de México por Hernán Cortés. Tanto éste como otros personajes protagónicos (los de Jicoténcatl, padre e hijo, Magicatzin, Diego de Orgaz [sic], fray Bartolomé de Olmedo, Moctezuma, Doña Marina, conocida como “La Malinche”) son figuras históricas que participaron aquellos acontecimientos. El personaje Epónimo fue un jefe opuesto a que Tlaxcala se aliara a los españoles cediéndoles el paso en su ruta a Tenochtitlán y dándoles auxilio militar. Contaba con el apoyo de su padre, uno de los gobernantes tlaxcaltecas, pero con la oposición de Magiscatzin otro jefe que para imponer su poder sobre su pueblo se apoya en los españoles. El joven Jicoténcatl terminará ejecutado por Cortés acusado de traición por acercarse a los aztecas” (Bustamante, 2017:408). Es conveniente finalizar, con el prudente aserto de Gabriel A. Gómez, en torno a este apartado: “El sacrificio de Xicohténcatl, ejecutado del 21 de mayo de 1521 quedará gravado en la memoria de todos los pueblos del mundo como un símbolo de la libertad, y su valor y patriotismo personales constituirán siempre uno de los mayores orgullos de la raza americana. […] La actitud de Cortés, en cambio, fijará las normas de conducta de los déspotas, y su figura se recordará eternamente como la manifestación de la injustica de los conquistadores de todas las épocas y latitudes” (Gómez, 1945: 39). Y con el siguiente párrafo concluye su regio e inflexible criterio: “Xicohténcatl y Cortés constituyen una contradicción: no podría haber existido el uno sin el otro; y su encuentro lo explican las leyes dialécticas que transforman a la sociedad humana. Tampoco podría haber dejado de producirse el choque formidable de esas dos civilizaciones, en cuya transformación nada significaron los nombres de los personajes que en ella intervinieron, pues no son los individuos, como pretende Carlyle, sino las fuerzas económicas y los pueblos en su conjunto, los que determinan y resuelven los problemas sociales. Los hombres son escogidos en cada época de acuerdo con las necesidades históricas, digamos así, y a cada uno corresponde desempeñar un papel según sea el poder que la sociedad deposita en ellos” (Gómez, 1945: 39-40).
Cortés no tiene pueblo, es rayo frío, corazón muerto en la armadura. “Feraces tierras, mi Señor Rey, / templos en que el oro, / cuajado está por manos del indio”. Y avanza hundiendo puñales, golpeando las tierras bajas, las piafantes cordilleras de los perfumes, parando su tropa entre orquídeas, y coronaciones de espinas, atropellando los jazmines, hasta las puertas de Tlaxcala. Pablo Neruda.