Desde 2007 hay un tipo de señales llegadas desde el espacio que intrigan a los astrónomos. Desde la Tierra se perciben como ráfagas de radio brevísimas, de un milisegundo, y muy débiles. Pero esa percepción solo se debe a su origen remoto. En ese milisegundo de brillo emiten tanta energía como el Sol en 80 años. Por ahora no se sabe qué tipo de objetos producen las FRB (ráfagas rápidas de radio, por sus siglas en inglés), aunque existe un buen número de hipótesis.
Se han descubierto hasta el momento 85 de estas señales, pero solo una de ellas, FRB 121102, se había localizado con la precisión suficiente como para conocer su galaxia de origen. Esa ráfaga era también bastante particular dentro de una familia de por sí extraña. Era una de las dos que después de ser descubiertas se han vuelto a repetir. En el resto de los casos, pese a mirar en la misma dirección del cielo, las ráfagas resultaron ser un fenómeno único.
Los detectives que tratan de desentrañar este misterio cósmico han añadido una pieza más de información esta semana. La revista Science ha publicado el trabajo de un equipo internacional de científicos que ha localizado por primera vez una FRB que no se ha repetido. Un grupo liderado por el investigador del CSIRO australiano Keith Bannister creó un sistema para localizar estos pulsos extremadamente breves y pudo averiguar que FRB180924, como se ha clasificado el nuevo descubrimiento, había surgido de las afueras de una galaxia del tamaño de la Vía Láctea a 3.600 millones de años luz de distancia de la Tierra.
La nueva información, obtenida con el radiotelescopio australiano ASKAP y mejorada con varios grandes telescopios ópticos de todo el mundo, no ha aclarado demasiado la naturaleza de estas señales, un asunto que ha generado decenas de teorías en busca de una explicación. La galaxia desde la que había llegado la primera ráfaga de origen conocido era pequeña y en ella estaban naciendo una gran cantidad de estrellas, una actividad que, se pensó, podría estar detrás del fenómeno. Sin embargo, la galaxia de esta FRB es 1.000 veces más masiva y en ella apenas se forman nuevos astros. “Esto quiere decir que las FRB pueden proceder de un amplio rango de galaxias y entornos. No parece que sean necesarias unas condiciones especiales para que se produzcan”, opina Bannister.
La nueva observación puede significar que varias teorías sobre el origen de las ráfagas rápidas de radio sean correctas “¡o que ninguna lo sea!”, continúa el líder de la investigación. La nueva FRB, explica, resta probabilidades de ser ciertos a varios modelos, al menos como explicación única de estas señales. “Los agujeros negros supermasivos [monstruos con masas que pueden ser 10.000 veces la del Sol y habitan el centro de las galaxias] están descartados, porque esta FRB viene de las afueras de la galaxia. Las estrellas muy jóvenes, como un magnetar formado tres el estallido de una supernova, también están probablemente fuera, igual que los modelos que no necesitan galaxias, como el de las cuerdas cósmicas”, afirma. “En cualquier caso, que esta estrella sea tan diferente de la anterior nos obliga a replantearnos cómo pueden producirse FRB en entornos tan diversos”, concluye.
Mientras se averigua qué tipo de objeto genera estas intrigantes frecuencias, los astrónomos ya les están buscando utilidad. Uno de las incógnitas que pueden ayudar a despejar estos pulsos llegados desde galaxias lejanas es el problema de la materia perdida del universo. Los astrónomos calculan que aproximadamente un 4% del universo está hecho de materia normal, como la que compone las estrellas o los seres humanos. Sin embargo, cuando miramos al cielo solo encontramos la mitad de esa materia en forma de polvo, gas y estrellas. ¿Dónde está la que falta?
“Creemos que está oculta en forma de gas entre la galaxia, en lo que llamamos el medio intergaláctico o la red cósmica, pero nadie lo sabe con seguridad”, apunta Bannister. Las FRB podrían servir como una especie de sonda para explorar esa inmensa red cósmica. “El plasma que atravesó esta FRB a través del medio intergaláctico en su viaje hasta la Tierra quedó codificado en su señal”, explica el investigador del CSIRO. Si se descubren más pulsos similares, la información que transportan se podría utilizar para desentrañar el secreto de la materia perdida del universo.