Poco más de medio año después del nacimiento en China de las dos primeras bebés modificadas genéticamente, un científico ruso ha anunciado que pretende llevar a cabo un experimento similar, pese al rechazo unánime de la comunidad internacional. El investigador, Denis Rebrikov, planea alterar en el laboratorio el ADN de embriones de madres con VIH, con el supuesto objetivo de evitar la transmisión del virus, según ha comunicado a la revista Nature.
Rebrikov, un biólogo molecular, dirige un laboratorio en la mayor clínica de fertilidad de Rusia, el Centro Nacional Kulakov de Investigación Médica en Obstetricia, Ginecología y Perinatología de Moscú. Como en el caso del científico chino He Jiankui, su intención es modificar el gen CCR5, que contiene las instrucciones para fabricar una proteína que el virus del sida emplea como puerta de entrada a los glóbulos blancos de la sangre. Rebrikov pretende imitar una mutación natural, presente en el 1% de los europeos, que genera una cierta inmunidad al virus. Para ello es necesario borrar 32 de las 6.000 letras del gen mediante la revolucionaria técnica CRISPR, una especie de tijeras moleculares capaces de cortar el ADN donde se desea, aunque todavía cometen peligrosos errores.
“Cambiar el genoma humano en el embrión es una nueva estrategia para la que todavía no hay ni una legislación adecuada ni una percepción pública positiva. Nuestra sociedad es muy conservadora”, declaró Rebrikov el pasado octubre al diario ruso Pravda.
“La tecnología no está lista”, advierte ahora en la revista Nature la bióloga molecular Jennifer Doudna, una de las madres de la técnica en su laboratorio de la Universidad de California, en Berkeley. Sobre el anuncio del científico ruso, Doudna cree que “no es sorprendente, pero sí decepcionante e inquietante”.
El 29 de noviembre de 2018, la segunda cumbre internacional sobre la edición del genoma humano, celebrada en Hong Kong, concluyó con la advertencia de que “los riesgos son demasiado grandes como para permitir ensayos clínicos de edición de la línea germinal humana en este momento”. Rebrikov, sin embargo, confía en la seguridad de la técnica. En octubre, el ruso publicó, en una desconocida revista que él mismo dirige, una investigación cuyos resultados muestran una supuesta efectividad del 50% a la hora de crear embriones con el gen CCR5 mutado.
Rebrikov, según la información publicada por Nature, considera que la ley rusa es lo suficientemente ambigua como para poder obtener un permiso de las autoridades. El científico chino He Jiankui justificó sus experimentos en que el padre de las gemelas tenía VIH. En el caso ruso, Rebrikov pretende reclutar a madres con VIH que además no respondan a los principales tratamientos antirretrovirales que actualmente permiten que los hijos nazcan sin el virus.
La inmunóloga Denise Naniche, jefa del grupo de VIH/sida en el Instituto de Salud Global de Barcelona, cree que la idea de Rebrikov no tiene fundamento. Entre el 15% y el 45% de las madres seropositivas transmiten el VIH a su hijo durante el embarazo o la lactancia, pero los actuales tratamientos reducen ese porcentaje a menos del 5%, según la Organización Mundial de la Salud. “Las mujeres a las que se refiere el investigador viven en regiones que nunca tendrían acceso a una hipotética intervención de edición genética de embriones, por su coste y por la falta de infraestructuras”, señala Naniche. El 85% de las transmisiones de VIH de madre a hijo ocurren en el África subsahariana, subraya.
Naniche recuerda que ya existe “un arsenal de fármacos antirretrovirales” que permite cambiar de terapia cuando el virus resiste el primer tratamiento. El problema es el precio de estos medicamentos de segunda línea. Para la inmunóloga, sería “mucho más ético y eficiente en relación con su coste” facilitar estos tratamientos en los países pobres.
El químico Marc Güell fue testigo del nacimiento de la técnica CRISPR en la Universidad de Harvard. El investigador, ahora en la Pompeu Fabra de Barcelona, ve “la necesidad de aprender más sobre la tecnología mediante experimentos en ciencia básica y plantear su aplicación quizás en algunos casos muy concretos de enfermedades graves”, pero no entiende la elección del gen CCR5. “En este caso no creo que los beneficios sean mayores que los riesgos. Prevenir la infección de VIH de padres a hijos está bastante establecido por otros métodos”, zanja.
Hace una semana, científicos de la Universidad de California en Berkeley alertaron de que la mutación natural del gen CCR5 —en las dos copias que posee cada persona— estaba asociada con un aumento de la mortalidad del 21% antes de los 78 años, según el análisis de una base de datos de 400.000 ciudadanos de Reino Unido. “No conocemos todos los efectos de la mutación”, advierte el biólogo danés Rasmus Nielsen, coautor de aquel estudio.
Nielsen cree que el experimento del chino He Jiankui fue “imprudente”, dada la falta de conocimiento sobre la mutación y los posibles errores de la técnica CRISPR, todavía en fase experimental. “El uso de la tecnología en embriones es injustificable. Ya se ha discutido ampliamente. Si Rebrikov replica ahora el experimento será doblemente imprudente y falto de ética, pero supongo que las autoridades rusas le pararán los pies antes de que llegue tan lejos”, opina Nielsen.